viernes, 2 de julio de 2021

Orfelia


Cómo dejar de ser sumisa ante un mundo que te golpea constantemente. 

Ojo, está el otro lado de la vida, donde parece que todo es fácil, las paredes se vuelven herméticas, el frío no pasa, mirás televisión, tirada en la cama, con el café al lado de la almohada. El pop haciéndose en el micro, y ni siquiera cuentan los metros de distancia porque en la cocina te hacen la espuma para el próximo café. 

El mismo que ves en la película, o en la novela, cuando se levantan, acarician la taza con las dos manos, la mirada se despierta con el humo de la caldera que avisa, en un aullido armónico, que se apaga apenas se empieza a quejar. La mirada tibia, de recién despierta, el pelo tan despeinado como la cama ordenada. Todo el desorden en tu cabeza, pero afuera, hermetismo puro. No sea cosa que te vuelvas de esas… 

Esas que no aguantan el agua en los pies, que no soporta el calefón que no calienta, el agua fría que le corre por el cuerpo, los dedos arrugados de la tina que empaña los vidrios de un invierno crudo, crudo para quien sale, crudo para quien se anima a mirar, crudo para quien toca algo más que su taza. Toma algo más que el café de película, canta algo más que el sonido del despertador, mira algo más que la televisión, cierra algo más que la puerta del microondas, aguanta algo más que el agua fría del calefón que va a hervir en 3...2...1…Pensé que me moría, de sentirme un poco viva.

Y caminando hacia la puerta, parece haber otro mundo debajo de la rendija. El burlete me tapa la vista, me cubre del viento, y la estufa apaña el aire que me falta. Debajo de esa línea de movimiento, otro tiempo, algo parece traer calor, algo parece tener color. Orfelia, ojos color aceituna, cerquillo desflecado, pupila negra, pestañas oscuras, pecas amarronadas sobre los pómulos, más expresivos del lado derecho. El bolso de tela, las tres R: recicla, reutiliza, reduce. Su vida, cada tanto se deshace de algo y me lo da a mí. No quiero algo usado, pero parece que a mi ya me usaron. Los regalos usados son la única "R" que conozco, simplemente tangibles. Lo inmaterial no me llama, me aquieta, me bloquea, no pasa por la rendija por donde percibo movimiento. 

Y Orfelia… abre las ventanas, oye a los pájaros a las 8 de la mañana, mientras hace Yoga, entre tanto toma té Chai, se perfuma para oler mejor cuando camina, su aire me deja inquieta, el movimiento toca a la puerta. 9 de la mañana, su perfume y el pan recién horneado, integral, con semillas, y yo, la flauta que me pedí con el delivery. Ella, el pan y la miel, su té, y el amanecer que se desliza por su ventana colonial, en la mía, se arrassstra, mientras se empuja las gotas de la humedad que me empaña los vidrios, se pelean por cuál gota baja más rápido para llenar de agua el piso en menos segundos. Ella, las deleita con un baile mañanero y un desayuno de los buenos. Yo, las seco con un trapo viejo, usado. Mi cara, un tormento, el desayuno… la cena de antes de ayer, los azulejos brillan y yo veo el portland detrás de la pared, el cuadro que dicen que te invita a reflexionar... yo veo el marco. Sucio y lleno de polvo. Como sobras, sobras de lo que queda de mí. El día está nublado, salgo al balcón, miro el suyo, huele las flores que todavía no salieron, los capullos se asoman y los colibríes le danzan. 

-Qué lindo día feo, ¿no?- acota Orfelia mirándome con cara esperanzada. 

Nada para decir. Lindo, nunca hubiese entrado en mi acotación, ni en el contexto, ni en mi balcón. Mi balcón tiene olor a pichi de gato, del que ni siquiera tengo, el aroma a la tierra seca de mi maceta. El cactus pide agua y yo, vuelvo a entrar, nada que mirar. Mucho menos podría apreciar un día feo y asociarlo a la palabra lindo en una sola oración. Tocan a la puerta, una oleada de aromas florales, me dan náuseas, entre quejidos de cansancio, abro la puerta, entra el viento y yo lo dejo pasar, me muero de frío, me tiemblan las piernas, sus pecas, grises. Su pupila dilatada, no deja ver el color aceituna, el pan integral, no tiene semillas, tiene olor a tierra, y entre las grietas de la harina seca, veo cicatrices, cierro los ojos y puedo ver entre medio, algo afuera.

Es Orfelia, como un viento que te da vuelta, una cachetada que te abre la puerta, te confunde entre aromas, estímulos y entre todo eso, ella. Su sonrisa, transparente, sin grises, sin tonos, sin olores nauseabundos, y yo... vagabunda de amor, miserable de una vida sin recuerdo, de marcos llenos de polvo, de tés que no huelen a nada, de una vida sin amor, aunque parece tomar color, las pecas, el sabor, un beso, un beso, un beso un beso, me besó, ojos verdes, flequillo peinado, labios rosados, y yo, ¿dónde estoy? ¿y yo? ¿cómo soy?. Empiezo a viajar entre los olores que empiezan a acariciar conceptos, parecidos al ideal, parecidos a ideas de películas románticas, del olor a algo parecido a la miel, el amor, amor del bueno, del desayuno sano, de la meditación yóguica entre cantares de pájaros. El marco que enmarca un cuadro, un cuadro lleno de significado, entre ella, estoy yo, el viento me trae un poco de mí, de mi olor, me acaricia la piel, se me despeinan los sentidos y me dejo caer en una mente que recuerda sensaciones, sentires, emociones, y quiero ser ella pero estoy con ella, y ella soy yo, y yo ella. La miel me acaricia, la tierra se moja, el cactus hace fotosíntesis, el balcón se llena de sol, las ventanas lloran de calor, y yo... absorbida por segundos de frío vivo, de un aire aromático. La soledad se va por la ventana y yo, me quedo, parada, frente al espejo, y la puerta quedó abierta...

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